La filosofía, pues, para Aristóteles no nace de un impulso espontáneo del alma, ni del trato solamente social con el lenguaje en el ágora, sino de la presión misma de los problemas; las cosas se manifiestan, se nos imponen como contradictorias, suscitadoras de problemas, nos arrastran a preguntar y a investigar, primero aquellas que están más a la mano, para ir poco a poco avanzando hacia fenómenos de mayor monta.