El lema que estuvo presente durante todo el Informe MacBride fue la solidaridad internacional. Para que las líneas de actuación y las recomendaciones de esta Comisión fueran efectivas, éstas debían ser apoyadas por el Sistema de Naciones Unidas y, concretamente, por la UNESCO. El informe se aprobó en 1980, una fecha en la que la revolución tecnológica favorecía a los países desarrollados y, sobre todo, a Estados Unidos. Los países desarrollados se sintieron ofendidos con la propuesta porque esta promulgaba el derecho de todos a acceder a las nuevas tecnologías y el derecho de todos a emitir cualquier tipo de información, hecho que mermaba los intereses económicos de los países desarrollados. Precisamente, con la llegada de Ronald Reagan al Gobierno, Estados Unidos se desmarcó totalmente del Informe MacBride y elaboró un programa de desarrollo con unas pautas de actuación contrario a la ONU y a la UNESCO. Este programa norteamericano dejaba ya de lado las propuestas que hacían referencia a la eliminación de los desequilibrios mundiales, al control del monopolio en el campo de la comunicación, la supresión de barreras y la pluralidad de las fuentes y los canales de información, todos ellos aspectos claves en el Informe MacBride. Así, Estados Unidos anunció, poco tiempo después, que dejaba de formar parte de la UNESCO. El trabajo de la Comisión presidida por Sean MacBride empezó a considerarse, por parte del bando estadounidense, como un conjunto de proyectos sovietizantes que eran prácticamente incompatibles con las libertades de las sociedades democráticas.
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