La tradición científica naturalista representada por Linneo y otros autores estipulaba que el color de la piel era una de las primeras características que podían asignarse, de manera exclusiva, a cada una de las cuatro “razas” humanas que, supuestamente, de acuerdo con los criterios de aquella época, existen en el planeta. En esa clasificación taxonómica temprana, los “americanos” (es decir, las personas que habían nacido en América) tenían la piel “roja”, mientras que los cuerpos de los europeos, asiáticos y africanos eran de piel “blanca”, “amarilla” y “negra”, respectivamente.