Stalin se mostró también antisemita, tal vez porque en los primeros momentos de la revolución abundaban los judíos entre los líderes más importantes, líderes que suponían un freno a las ambiciones de Stalin. El dato concreto es que el pueblo judío fue perseguido, masacrado en algunos casos y deportado a Siberia. El racismo de Stalin no se quedó ahí, otros pueblos consideraron colaboracionistas con los nazis durante la II Guerra Mundial, fueron aniquilados y desplazados a las zonas más hostiles del país: tártaros, ucranianos, chechenos, georgianos, alemanes del Volga. Pero a diferencia de Hitler estos pueblos no eran considerados inferiores, sino simplemente traidores.