Como escribió la investigadora Cynthia Breazel, del Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), “la robótica se ha ocupado más de la interacción con las cosas que con las personas”. Pero las cosas han empezado a cambiar en las últimas décadas. Conscientes de que los robots industriales son “máquinas ciegas” que actúan en forma repetitiva conforme a programas específicos, como afirma Humberto Sossa Azuela, del Centro de Investigación en Computación del Instituto Politécnico Nacional (CIC), muchos expertos buscan romper ese paradigma. El desafío es grande, pues un autómata con las características definidas por Minsky debería identificar patrones en forma óptima, usar lo que llamamos sentido común y experimentar emociones que lo lleven a tomar decisiones, resume Sossa, jefe del Laboratorio de Robótica y Mecatrónica del CIC. Jesús Savage Carmona, titular del Laboratorio de BioRobótica de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, plantea por su parte que un robot con estas características debe tener sistemas que le permitan reconocer expresiones faciales, voces y entonaciones, además de responder de acuerdo con los estados de ánimo de su interlocutor. “Debe ser capaz de identificar no sólo lo que dice una persona, sino su estado de ánimo”.