De manera semejante, se afirma que una persona actúa con dignidad cuando sus operaciones "no parecen poner en juego" el noble hondón constitutivo de su propio ser. Alguien acepta un castigo o una injusticia dignamente, o lucha por adquirir un bien conveniente o incluso necesario con pareja compostura, precisamente cuando nada de ello parece afectar la consistencia de su grandeza o densidad interior: ni las afrentas la amenazan ni semejante realeza depende de la consecución de los beneficios o prebendas: el sujeto digno se encuentra como asegurado en su propia espesura y en su solidez interna. La dignidad apunta, de esta suerte, a la autarquía de lo que se eleva al asentarse en sí, en su propia intimidad, de lo que no se desparrama- para buscar apoyo en exterioridades inconsistentes ni las requiere ni, como sugeríia, se siente acechado por ellas.