Los primeros conceptos motivacionales: pulsión, homeostasis, activación, estaban basados en la biología y la fisiología. El estudio contemporáneo de la motivación sigue conservando esta alianza con la biología, la fisiología y la sociobiología, pero esta tendencia cambió a principios de la década de 1970 cuando el Zeitgeist de la psicología (es decir, el “clima intelectual” de la época) dio un giro decididamente cognitivo (Gardner, 1985; Segal y Lachman, 1972). Esta tendencia histórica se llegó a conocer como la revolución cognitiva. Fue un tiempo en el que los investigadores se centraron en el poder de los pensamientos, creencias
y juicios como causas primordiales del comportamiento. La revolución cognitiva afectó a la motivación del mismo modo en que afectó virtualmente a todas las áreas de la psicología (D’Amato, 1974; Dember, 1974). Los conceptos motivacionales tomaron una posición secundaria a medida que la interpretación cognitiva de los sucesos asumió un papel protagónico en la psicología. Los investigadores de la motivación comenzaron a resaltar la importancia de los procesos mentales internos.
La revolución cognitiva tuvo dos efectos adicionales en la reflexión sobre la motivación. Primero, las discusiones intelectuales acerca de la motivación destacaron los constructos cognitivos (p. ej., expectativas, metas) y desacentuaron los constructos biológicos y ambientales.
Algunos de los constructos motivacionales mentalistas que emergieron incluyeron los planes (Miller, Galanter y Pribram, 1960), las metas (Locke y Latham, 1990), las expectativas (Seligman, 1975), las creencias (Bandura, 1977), las atribuciones (Weiner, 1972) y el autoconcepto (Markus, 1977).