Las características de las obras romanas eran el ser muy prácticas y solían ser monumentales, es decir, muy grandes, para demostrar el poder que tenía el Imperio romano.
Existieron muchos edificios, según su función eran: religiosos (templo, capitolio); políticos y económicos (curia y basílica); ocio (teatro, anfiteatro, circo); cuidado del cuerpo (gimnasio y termas); monumentos conmemorativos (columnas y arco de triunfo); obras públicas (calzadas, puentes y acueductos).