Tom Andersen murió el 15 de mayo de 2007, de las lesiones cuando se cayó en la costa rocosa Noruega, mientras paseaba a su perro Chico. Dejó muchas huellas que sin duda otros seguirán: la promoción de la justicia social y el trabajo contra la opresión, su uso cuidadoso de las palabras, su distinción de la terapia como una filosofía de la ética, su énfasis en la importancia del movimiento como una forma de lenguaje, y su desafío a la psiquiatría ortodoxa.