Ejemplo:
La ciudadanía romana. En la antigüedad clásica, el Imperio Romano distinguía entre sus ciudadanos, ya fuera patricios (romanos autóctonos) o plebeyos (romanos de ascendencia extranjera), otorgándole sólo a los primeros la ciudadanía plena y los derechos políticos plenos. Sin embargo, aún más distante era su relación con los pueblos que no formaban parte del imperio, como los celtas y los germanos, a los cuales llamaban bárbaros (o sea, “que balbucean al hablar”), ya que no hablaban latín, ni tenían las costumbres “civilizadas” de Roma.