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La persona humana desde el punto
de vista psicológico - Honorio Delgado…
La persona humana desde el punto
de vista psicológico - Honorio Delgado :
I. De la legitimidad del punto de vista psicológico.
La persona no es ni un objeto ni una manifestación susceptible de ser objetivada, sino manantial o estructura de actos.
Si la persona no es susceptible de objetivación, no se concibe que constituya asunto de ninguna
disciplina.
Algunas de las caracterologías modernas más significativas para el conocimiento de las maneras de ser del hombre se fundan precisamente en la comprensión de los actos y estructuras del espíritu personal.
Por último, los actos que origina y que constituyen su realidad no se prestan a la reflexión psicológica, pues se dan de manera inmediata y concreta, sobre todo en la participación amorosa.
Puede serlo también de la psicología, pues la actividad anímica toda es cambio, devenir, realización continua y en parte nueva, sostén finito de virtualidades infinitas.
Empero, por la circunstancia de no consistir en semejante clase de realidad estática, la persona no deja de ser tema del conocimiento de diversas disciplinas.
No podemos enfrentarnos interiormente con nuestra persona como lo hacemos con una imagen, pues la aprehensión de la propia entidad, en general, es imperfecta siempre; pero sí es factible experimentar vivos sus actos, y por tanto, analizar y reconstruir el conjunto, con creciente precisión y ahonde, si somos perseverantes y prevenimos los posibles espejismos
Y si se trata de la persona ajena, aparte de la comprensión amorosa, la vida que enfrenta al hombre con los hombres, particularmente en determinadas situaciones dramáticas, permite al observador captar las actitudes y, tras ellas, las intenciones, los móviles, planes y hasta movimientos muy recónditos.
No es una realidad fenoménica ni una suma de cualidades, sino unidad singular inabarcable; no es formación hecha, definitiva, sino proceso concreto que termina sólo con la muerte;
En lo que atañe a la índole unitaria y singular de la persona, reconocemos que ningún género de conocimiento puede aprisionarla y agotarla en un orden de conceptos. Lo mismo cabría decir de los fenómenos en general.
Y si a causa de ser una unidad única, la persona no se presta a la investigación psicológica, por el mismo motivo se debería negar la legitimidad de toda doctrina que pretenda alcanzarla, cualquiera que sea la rama del saber a qué pertenezca.
Como justificación de la psicología en este caso, cabe recordar que la vida anímica individual tiene también los caracteres de unidad y singularidad, y sin embargo nadie discute que sea el campo legítimo de su ejercicio.
II. Del campo de la psicología de la persona
La psicología carece de facultad para discutir si la persona es unidad substancial; si es un ser; si constituye una concentración del espíritu uno e infinito; si sus actividades se ordenan conforme a leyes privativas o, al contrario, según leyes fundamentales del universo.
Nos parece razonable considerar del dominio de la psicología la descripción y la comparación de los modos de conducirse las personas concretas; el conocimiento de sus limitaciones, manifiestas y probables, sin pretender desentrañar la esencia del sujeto en general ni la de los sujetos en particular; y sobre todo, y en conexión con el conocimiento de las limitaciones, la investigación de los factores que condicionan su peculiaridad real.
Si se identifica con el ser en sí; si se asemeja al orden divino; así como determinar cuál es el canon de su perfección y cuál el sentido intemporal último de sus realizaciones temporales.
Los aspectos de las principales características de la persona, a saber: su unidad, su unicidad, su identidad, su virtualidad conjuntiva, su relación con lo ideal y su autodeterminación.
III. UNIDAD
La persona no constituye una parte de la vida consciente del hombre; en teoría, es un todo intrínseco, un sujeto que se enfrenta no sólo al mundo externo, sino a su propio mundo interior actual y potencial.
La persona es y no es la actividad completiva, la instancia suprema de la vida consciente del hombre.
No se le puede reputar como una especie de relieve o cúspide de éste, pues ya sería una parte del mismo; tampoco es comparable con una suerte de hombre dentro del hombre o de alma del alma, ya que con esto caeríamos en un substancialismo sui generis.
La persona no siempre se da como una estructura monárquica de actos con unidad de sentido, sino que se explícita en veces como informe realidad vivida, como disposición indistinta, como querer indeciso y hasta como porte ambiguo o discordante
En lo hondo del alma, la unidad de su ser se le aparece ante todo como una aspiración inalcanzable. De suerte, pues, que si la persona es unidad perfecta, o al menos unidad de equilibrio en movimiento, no siempre logra imponerse como tal al sentido íntimo, ni aún en las conciencias más vigilantes.
IV. UNICIDAD
Evita extremar el alcance de la singularidad, pues con ello haría imposible el concepto de personalidad, y se vería forzada a referirse sólo a personalidades.
El examen imparcial de la realidad pone de manifiesto que hay cierta continuidad en el proceso diferenciador que va desde la cosa hasta la persona, pasando por el ser vivo y el individuo anímico. Esta gradación —que no se opone a la diferencia fundamental— es particularmente manifiesta tanto entre lo orgánico y lo anímico, cuanto entre lo anímico y lo espiritual.
La unicidad de cada ser humano no se debe exclusivamente a la persona. Tan única como ésta es la unidad anímica subpersonal del individuo y hasta el ser de su organismo..
Esto nos lleva a señalar un extremo discutible, cual es el aserto de que sólo con el espíritu, sin nada previo, nace la persona.
En efecto, se impone cierta semejanza entre los procesos morfogenéticos y fisiológicos, por una parte, y la actividad consciente.
Por otra parte, como si la estructura teleológica vital sirviese para preparar el camino a la intencionalidad y se prolongase en ella y como si la individuación fuese en aumento, de modo que la condición singular correspondiente a la realidad más alta no es concebible sin la de los planos inferiores.
V. IDENTIDAD
La propiedad fundamental se conserva invariable a través del tiempo y las vicisitudes; a través de la evolución, las transformaciones y las crisis de nuestro ser psicofísico.
En primer lugar, la persona humana es devenir: algo nace en ella que da su carácter original a cada instante presente vivido con plenitud. Así, aparte de que no todo es personal en la persona, la identidad consigo misma no puede ser absoluta
Lo que le da carácter original en la temporalidad es la presencia de potencias germinales que se incorporan a nuestro vivirnos. Además, en la experiencia normal se dan ciertos estados en los que realmente nos olvidamos de nosotros mismos, o quedamos enajenados por una visión, un sentimiento, un espetar — no somos nosotros mismos.
Lo capital es la dirección cualitativa —ajena al mero recordar— que se da espontáneamente a nuestra autopercepción.
El fondo de vida vivida, aunque no carece de significación, no es lo principal para el enlace activo de la existencia personal. No basta, en efecto, evocar nuestro pasado para que tengamos la evidencia de que quien somos hoy es idéntico a quien fuimos ayer.
No está probado que la identidad de la persona dependa exclusivamente del espíritu. Por el contrario, parece que desempeñan un papel importante en su conservación condiciones comunes con el despertar del yo y con la conciencia del yo, entre las cuales sólo señalaremos una de orden psicofisiológico:
Las sensaciones de nuestro propio cuerpo, que, repetidas, condicionan una estructura de impresiones privilegiadas, promotora y renovadora del discernimiento y la convicción de nuestra íntima permanencia.
VI. VIRTUALIDAD CONJUNTIVA
Sus cualidades privativas pueden alcanzar plenitud y diferenciación y su ley individual expresión inequívoca, sólo en virtud de tal comercio, que consiste tanto en operaciones de conocimiento como en relaciones de influencia, compenetración, contraste, lucha.
Aun sin que intervenga primariamente este través de la mente, muchos factores psicológicos influyen desnaturalizando la vida de relación, en desmedro propio y de la colectividad. El resentimiento, el odio, la envidia y otras pasiones egoístas tienen semejante efecto, duradero o transitorio, según el carácter individual y según las circunstancias en que transcurre la existencia.
Y las personas humanas objeto de la comunicación no sólo pertenecen al número de los vivos; de modo que el horizonte de la sociedad personal puede ser infinito, lo mismo que los factores y las circunstancias que motivan la conexión interindividual.
Aunque una y única, la persona está abierta a la comunicación y al trato con las otras personas. No puede permanecer aislada. Se constituye, se mantiene, se conoce y enriquece gracias a una activa relación con los demás sujetos.
En primer lugar, la comparación de los hombres muestra que la amplitud del espíritu para la comunicación personal es susceptible de grados, según la psicología de cada individuo. La condición que influye en la manera más adversa es el egocentrismo.
El análisis psicológico de los casos concretos de los diversos tipos de vida de relación negativa (casos a veces de una estructura subjetiva muy complicada, principalmente por el disimulo) es instructivo para considerar en su verdadera luz las formas y la dinámica de la actividad real de la persona humana.
Entre todos los vínculos personales, el amor y la fe son los que más aproximan a los seres humanos.
El amor supone una comprensión profunda de los actos, del porte y de las mejores posibilidades del prójimo, en su forma a la vez más concreta y más ideal.
La fe importa un movimiento que asciende desde la raíz religiosa de nuestro ser y dirige nuestro espíritu hacia lo absoluto. La fe de persona a persona y la fe compartida son formas de trascendencia gracias a las cuales la vida privada y la de relación, al par que se acrisolan, enriquecen el mundo con realizaciones valiosas de largo aliento, y lo exornan con la peregrina belleza de la lealtad inquebrantable y la abnegación.