Pajóm estaba encantado. Decidieron que saldrían a la mañana siguiente.
Cuando llegaron a la estepa, la rojiza mañana había empezado a alumbrar. Subieron por un cerro y, al desmontar de caballos y carretas, se reunieron en un punto. El jefe se aproximó a Pajóm y tendió su brazo sobre la llanura; ‘Vé’, le dijo, ‘todo esto, tan lejos hasta donde alcance tu vista; es tuyo. Puedes tomar la parte que quieras’. Los ojos de Pajóm brillaron: todo era suelo virgen, tan plano como la palma de la mano, tan negro como los granos de la amapola y en las hondonadas crecían hasta la altura del pecho diferentes clases de pastos. El jefe se quitó el gorro de piel de zorro, la colocó en el piso y dijo: ‘Esta será la marca. Partes de aquí y regresa de nuevo aquí. Toda la tierra que puedas abarcar será tuya’.
Pajóm empezó caminando ni despacio ni rápido. Pajóm
calculó a ojo de buen cubero que había caminado unas tres millas. Estaba empezando a hacer más calor; se quitó su camiseta, se la puso en la espalda y siguió
caminando. Para entonces ya hacía bastante calor; miró al sol.
Se sentó, se quitó las botas, se las amarró al cinto y siguió caminando. Ahora era más fácil caminar. ‘Voy a andar todavía otras tres millas’, pensó, ‘y luego quebraré a la izquierda. El lugar es tan bonito que sería una pena perderlo. Mientras más lejos se
va, mejor parece la tierra’.
- 1 more item...