La necesidad de recurrir a algún otro rasgo distintivo se hace evidente si tomamos en cuenta que también las normas de la moral regulan el uso de la fuerza; ellas, por ejemplo, prohiben ciertos actos coactivos (por ejemplo, el homicidio) y autorizan la realización de otros, en legítima defensa, en carácter de pena, como acto de guerra, etcétera.