Estos comportamientos desbordan. Que el niño conteste mal y se niegue a obedecer genera sentimientos de malestar, de incompetencia, de pérdida de autoridad en los educadores y éstos en un intento de recuperarse se imponen. El educador, entonces,grita más fuerte, repite la orden de forma más severa, amenaza, recrimina la conducta de desafío… y a partir de aquí habrá perdido las riendas y el control de la situación; podrá gritar más fuerte, agredir o desobedecer de forma más manifiesta, y todo ello ante la presencia de otros hijos o alumnos. El resultado es: educadores desolados y negativismo desafiante fortalecido.