las investigaciones clínicas documentaron diversos trastornos conductuales en casos de patología frontal.
El “Síndrome de lóbulo frontal” fue caracterizado por Feuchtwanger (1923).
Goldstein (1944) extendió la capacidad del lóbulo frontal para incluir la “actitud abstracta”, iniciación y flexibilidad mental.
Luria (1966,1969) relacionó la actividad de los lóbulos
prefrontales con la programación de la conducta motora, inhibición de respuestas inmediatas, abstracción, solución de problemas, regulación verbal de reorientación de la conducta de acuerdo a las las consecuencias conductuales.
Inicialmente se pensaba que el “lóbulo frontal” y la “corteza prefrontal” eran sinónimos del déficit ejecutivo. Posteriormente, se hizo evidente que el “síndrome prefrontal” y las “funciones ejecutivas” no son sinónimos. Sin embargo a pesar de no ser sinónimos del funcionamiento ejecutivo, son parte integral de esta función.
Las pruebas de funciones ejecutivas representan típicamente tareas externas, las cuales requieren la correcta aplicación de algunas habilidades intelectuales para resolverlas.
Aunque las funciones ejecutivas dependen de redes extensas que incluyen diferentes áreas cerebrales, se asume que la corteza prefrontal juega un papel principal en el control y monitoreo.
Estos dos tipos de funciones ejecutivas (“metacognitivas” y “emocionales”) dependen de áreas prefrontales
relativamente diferentes,se distinguen dos variantes
principales del síndrome prefrontal, uno que
afecta mayormente a la cognición y otro que afecta
especialmente a la conducta.