Más allá del existencialismo, más allá de los límites de toda filosofía personalista, Villoro vislumbra una experiencia de la otredad para la cual la filosofía occidental cuenta en general con pocos recursos. Se trata de la experiencia del Otro en cuanto perteneciente a otro mundo histórico-cultural, a otra cultura. No se trata solamente de la experiencia del otro-yo, con quien de alguna manera comparto ciertos elementos y rasgos socioculturales —el lenguaje, por ejemplo— que finalmente permitirán superar, aunque sea relativamente, mi inherente egoísmo egocéntrico.21 En el plano intercultural, el otro se presenta no sólo como un ser otro, distinto, diferente, sino aún más, como un ser extraño, incomprensible, anómalo y, llevado al límite, como un ser negativo, como la representación del mal, o al menos como poseedor de una realidad menor,