En el caso de la Psicología clínica, a pesar de los indudables avances en el tratamiento de los problemas mentales (Labrador, Echeburúa y Becoña, 2000), la inmensa mayoría de los estudios sobre la eficacia de las intervenciones miden su eficacia sólo por la reducción de síntomas en escalas clínicas o psicopatológicas, lo que supone una aproximación muy restrictiva y superficial a lo que significa la «mejoría clínica» de un problema (Vázquez, 2006b)