Desde hacía siglos, el Imperio Ruso era una nación esencialmente rural (85% de la población vivía fuera de las urbes). Había un alto porcentaje de campesinos sin tierra, empobrecidos y receptivos a ideas revolucionarias. De hecho, a principios del siglo XX, la Guerra ruso-japonesa (1904-1905), con victoria japonesa, desató un momento propicio para la demanda de cambios.