Cuando los estímulos estresantes de nuestro entorno físico o psicológico se vuelven crónicos, provocan que los niveles de cortisol se mantengan elevados, con lo que inducen una desregulación de las interacciones NEI, lo que nos hace susceptibles a la aparición de enfermedades infecciosas, crónicas o autoinmunes, al igual que de padecimientos psiquiátricos como la depresión, la esquizofrenia, la enfermedad de Alzheimer o trastornos de la alimentación como la anorexia.
Esta susceptibilidad dependerá de nuestro fondo genético y del aprendizaje adquirido de nuestro entorno ambiental y social.