El impresionismo aspiraba a plasmar la luz en sus pinturas, mediante la combinación de colores y pinceladas, en vez de formas y siluetas. La pincelada impresionista, bautizada posteriormente como “pincelada gestáltica”, era breve y usaba colores puros, sin importar que en solitario no fueran pertinentes al modelo real, ya que una vez completa la imagen, se podría percibir globalmente la obra y reproducir así una totalidad bien definida, con mucha luminosidad y vibrancia. Esta técnica inspiraría posteriormente a los neoimpresionistas o puntillistas.