La sexualidad según se concibe en este curso abarca un sinnúmero de aspectos. Se entiende el carácter sexual del ser humano como algo más allá del mero acto coital. La herramienta por la que se describe la sexualidad, y la cual sirve un importante rol discursivo, es el cuerpo. La relación propia con el cuerpo consiste de una intimidad profunda, en la cual juegan un rol tanto las necesidades fisiológicas como las emocionales. Mediante la expresión externa del erotismo, de la poesía de la sexualidad, se manifiestan los deseos corporales. Por otro lado, la afectividad suple el deseo emocional de interacción y validación, cosa que también se puede alcanzar a través de interacciones físicas. En términos más concretos, el cuerpo es vehículo para la reproducción. Por ende, tiene sentido que los derechos y los comportamientos reproductivos de las personas sean tema de debate político constante en nuestra sociedad.
En nuestro entorno, la sexualidad también adquiere un significado social y cultural. Como seres que constantemente interactúan entre sí, no sorprende que terminemos por encasillarnos en diversas categorías: sexo “biológico”, género y orientación sexual. Las primeras dos son producto de una construcción social cuya raíz se encuentra en lo fisiológico, pero que eventualmente se deja ver como una denominación completamente arbitraria: macho o hembra. De igual modo, es en esta sociedad en que escribimos y luchamos protecciones civiles que resguardan nuestros derechos sexuales individuales y colectivos. Por último, no sería tan difícil salvaguardar estos derechos si no tuvieran un gran peso cultural. De primera impresión, resalta el rol de la religión en la manera que vemos y experimentamos nuestra sexualidad. Desde este panorama se crean una serie de tabúes y calificaciones (bueno o malo) que han llegado a gobernar nuestra vida sexual. En fin, entendemos la sexualidad como aquello que nos permite sentir, experimentar y vivir nuestro entorno.