Se da con el inicio de la pubertad y continúa hasta la senilidad. En esta etapa, a diferencia de las anteriores o pregenitales, el centro de placer no se encuentra ubicado en una zona del cuerpo, sino que va más allá pues implica la capacidad de amar y de trabajar o ser productivo. Freud afirma que para poder amar y trabajar de forma eficaz, el ser humano debe poseer los rasgos pregenitales y genitales en armonía. Lo que conllevaría que una persona fuese capaz de trabajar para salir adelante, sin desarrollar la compulsión por el trabajo, en un extremo, ni la pasividad, en el otro.