La innovación, el artificio, la cultura y la historia son realidades que tienen lugar en un tipo de organismo viviente que está penetrado de espíritu: en el animal racional. La naturaleza humana remite a la cultura y, por tanto, “lo natural” ―lo que pertenece a su esencia, al modo de ser propio del hombre― incluye lo artificial. Así para los seres humanos es tan natural su estructura biológica invariable como la cultura, es decir, lo históricamente cambiante. Se ve entonces cómo la “naturaleza humana” no se opone a la “cultura”, sino que más bien remite a ella; y, por lo tanto, se puede afirmar que el hombre es naturalmente un ser cultural. El mundo que el hombre habita no es un universo meramente físico, sino cultural: ése es el único ámbito en el que puede desarrollar su vida, y constituirse una existencia “humana”. La cultura es el universo simbólico, entretejido por el lenguaje, el mito, el arte, la ciencia, etc., que son como los hilos de una trama que se va reforzando continuamente, a medida que se produce cualquier progreso.