La Iglesia cristiana alcanzó gran influencia en el Imperio bizantino. Su máximo representante, el patriarca de Constantinopla, era elegido por el emperador, lo que provocaba tensiones con el máximo representante de la Iglesia occidental, que era el papa de Roma. Este hecho, unido a otras disputas de carácter teológico, causó que la Iglesia bizantina se separara de la de Roma en el siglo XI.