No entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. No soy yo quién lo hace, sino el pecado que habita en mí. Descubro una ley: yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi alcance es hacer el mal. Según el hombre interior, me complazco en la ley de Dios: percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros.