En 1776, el médico británico Edward Jenner inoculaba a James Phipps, un niño de ocho años, hijo de su jardinero, pus proveniente de una lesión de una mujer contagiada de una enfermedad llamada vaccinia o viruela de las vacas. El galeno tenía la teoría, en base a sus observaciones, de que las lecheras contagiadas con esta patología no desarrollaban después la viruela humana. Tras mostrar leves síntomas de molestias, el niño se repuso rápidamente.