En la segunda permanencia en Cades, Moisés y Aarón pecan una segunda vez por golpear la roca, y no se les permite por ello entrar a la tierra prometida. Pero por fin, a pesar de los peligros de los desiertos estériles, los fieros enemigos y la propia incredulidad, Israel acampa junto al Jordán, sobre la margen oriental. Moisés pronuncia su discurso de despedida. Se le concede una visión de la tierra prometida. Allí muere, y es enterrado en una sepultura desconocida. Su obra estaba hecha.