Estos primeros discípulos eran muy diferentes los unos de los otros. Iban a llegar a ser los maestros del mundo, y se veía en ellos toda clase de caracteres. Eran Leví-Mateo, el publicano, invitado a abandonar una vida de actividad comercial al servicio de Roma; Simón, el celote, enemigo inflexible de la autoridad imperial; el impulsivo, arrogante y afectuoso Pedro; su hermano Andrés; Judas, de Judea, pulido, capaz, y de espíritu ruin; Felipe y Tomás, fieles y fervientes, aunque de corazón tardo para creer; Santiago el menor y Judas,