Unos 130 años atrás, José Martí, expresó: “El espíritu es lo que nos induce a comportamientos ajenos a nuestras necesidades corpóreas” y coincidió magistralmente con los criterios mantenidos hasta la actualidad por la mayoría de los autores tanto de nuestro continente, como de otros, para los que en efecto, el concepto de espiritualidad se vincula con “no solo de pan vive el hombre” y también con el focalizado al campo médico por Letamendi; “Quien solo medicina sabe, ni medicina sabe” es decir que existen otras necesidades además de las biológicas o corpóreas, necesidades cuya satisfacción adecuada se relaciona con infinidad de categorías que incluyen: valores, principios, motivaciones, vocaciones, aficiones, intereses científicos, artísticos, religiosos, deportivos, laborales, profesionales, filosóficos, políticos, actitudes, estilo de vida y muchos más, conjunto de características humanas relacionadas tanto con los aforismos anteriores, como con “haz bien y no mires a quien” y “el hombre justo siente la bofetada en la mejilla ajena”.
El entorno posmoderno--quiéralo o no--está basado en el “sálvese quien pueda” con el consecuente incremento de las ambiciones desmedidas, las frustraciones y el estrés, terreno abonado para tratar de enfrentarlo, mediante la distorsión, exageración o entrega incondicional a la catastrófica influencia de las drogas o al desarrollo de otras adicciones vinculadas a la tecnología electrónica, que posibiliten por medios contranaturales, la relajación, la demostración de suficiencia, status y poder socio-económico, el escape de realidades desagradables o la absurda entrega total a conductas que conllevan el incumplimiento de otras y la subvaloración de la satisfacción ante el deber cumplido, fuerza de gran relevancia para el desarrollo social y personal que implique la calidad humana indispensable para poder dormir tranquilos.