considera que existe una clara disociación, enormemente injusta entre lo que llama las fuerzas de producción que operan de una forma social y las relaciones de producción, donde la burguesía adquiere un papel de dominio absoluto: los capitalistas burgueses no sólo son los dueños del producto una vez terminado, en lugar de compartir esta propiedad con los proletarios que lo han construido, sino que, en la práctica, los propios proletarios se constituyen en propiedad de la burguesía. El derecho a la propiedad privada es el principal causante de esta estructura injusta, según la cual el obrero trabaja en la creación de unos productos que no le pertenecen por un salario a todas luces insuficiente por su trabajo.