El arte de destilar whisky comenzó como método de aprovechamiento de la cebada empapada por la lluvia y, como aún se continúa haciendo en la actualidad, se utilizaba el agua cristalina de las corrientes y arroyos escoceses.
Parece haber consenso en que los monjes introdujeron la destilación con la cristiandad en Escocia en los siglos IV y V. El primer registro oficial de una destilación se remonta al año 1494, cuando el rey encargó a Friar John Cor de la Abadía de Lindores en Fife la elaboración de “acqua vitae”, designación en latín para “agua de la vida”.
Dos hechos ayudaron a aumentar la popularidad del whisky: uno fue el nuevo proceso de producción introducido en 1831 con el alambique Coffey o de destilación continua. El whisky resultante de este proceso era más suave y menos intenso. El segundo hecho fue la filoxera, un pulgón que destruyó la producción francesa de vino y coñac en 1880, lo que supuso que las bodegas de todo el mundo de ambas bebidas quedaran casi totalmente mermadas.
Desde entonces, la producción de whisky se ha ido fortaleciendo cada vez más, capeando la prohibición en Estados Unidos, dos guerras mundiales, la Gran Depresión de los años veinte y otras recesiones económicas acontecidas durante los siglos XX y XXI. Hoy día, se disfruta en más de 200 países de todo el mundo.