Los pueblos prehispánicos en general explotaban el agave en la producción de alimentos, fibras y, desde luego, bebidas. De acuerdo con algunos historiadores, el pulque y el mexcalli —de metl, ‘maguey’ e ixcalli ‘cocido’, «pencas de maguey cocidas»— eran bebidas destinadas a rituales sagrados y su consumo era exclusivo de las clases dominantes; sin embargo, éste se popularizó en el siglo xvi tras la llegada de los españoles al territorio de la Nueva España.
Con la conquista y colonización europea los derivados del maguey tuvieron un incremento. El pulque dejó de ser una bebida ritual (quedando libre de restricciones para su consumo), además de recibir un impulso considerable para venderlo. Los europeos a su vez iniciaron la destilación de otros agaves con los que elaboraron aguardientes denominados mezcales.
Cuenta la leyenda que Mayahuel era una joven hermosa, nieta de una Tzintzimitl. Cierta noche, Quetzalcóatl y Mayahuel se encuentran para amarse, convertidos en la forma de un árbol bifurcado; pero cuando la Tzintzimitl despierta y no ve a su nieta, baja a la Tierra a buscarla y la descubre con Quetzalcóatl, apenas separándose de las ramas. Entonces, despedaza a Mayahuel y abandona sus restos para que sean devorados. Quetzalcóatl los entierra y de ellos brota la planta del maguey o agave; de ella se producen el pulque, el tequila y el mezcal, que es el destilado que nos ocupa en esta ocasión.