Pero Rieux encontró a su enfermo medio colgando de la cama, con una mano en el vientre y otra en el suelo, vomitando con gran desgarramiento una bilis rojiza en un cubo. Después de grandes esfuerzos, ya sin aliento, el portero volvió a echarse. Justamente, el portero estaba devorado por la sed. Ya en su casa, Rieux telefoneó a su colega Richard, uno de los médicos más importantes de la ciudad.
-No -decía Richard-, yo no he visto todavía nada extraordinario. -¿Anormalmente? -Bueno -dijo Richard-, lo normal, ya sabe usted... Por la noche el portero deliraba, con cuarenta grados, quejándose de las ratas. Rieux ensayó un absceso de fijación.