La mayoría de los niños tienen una predisposición genética a la ansiedad. En otros términos, han heredado la tendencia a la ansiedad de varios miembros de la familia y puede ser vulnerable a desarrollar trastornos de ansiedad. Muy a menudo, estos signos se muestran ante la dificultad para separarse de sus padres, mal humor, comportamiento muy dependiente, inflexibilidad, problemas de sueño, frecuentes berrinches y lloros, y extrema timidez desde la infancia. Cuando alcanzan la edad en que empiezan a interactuar socialmente fuera del entorno familiar, su miedo persistente a hablar o a comunicar empieza a manifestarse a través de síntomas, como el quedarse paralizado, falta de reacciones, mantener una postura rígida, falta de expresión en el semblante, falta de sonrisa y, por supuesto, mutismo.
Los estudios han demostrado que algunos niños nacen con temperamentos inhibidos. Esto significa que incluso de recién nacidos son más propensos a ser miedosos y recelosos ante nuevas situaciones. Hay motivos para pensar que muchos o la mayoría de los niños con Mutismo Selectivo han nacido con este tipo de temperamento inhibido.
Las investigaciones también han demostrado que estos niños de temperamento inhibido tienen un menor umbral de excitabilidad en el área del cerebro, llamada la amígdala. La función normal de la amígdala es recibir y procesar las señales de potencial peligro y poner en marcha una serie de reacciones que ayudan a los individuos a protegerse. En individuos ansiosos, la amígdala parece reaccionar demasiado y pone en marcha estas respuestas, aunque el individuo no esté realmente en peligro.
En el caso de los niños con Mutismo Selectivo, las repuestas a la ansiedad se desencadenan al desenvolverse socialmente: en la escuela, lugares de juego o reuniones sociales. Aunque no exista ninguna razón lógica para el miedo, las sensaciones que el niño experimenta son tan reales como las experimentadas por una persona con una fobia. Por ejemplo, una persona con fobia a las arañas (aracnofobia) sentirá un real terror paralizante si se ve expuesta a una tarántula, o peor aún, si se ve forzada a mirarla o a tocarla. La persona comprenderá lógicamente que la tarántula es inofensiva, pero ninguna “explicación” será capaz de reducir su miedo y las reacciones físicas que esta persona experimenta, como aceleración del ritmo cardíaco, sudoración de las palmas de las manos, y un fuerte deseo de evitar la interacción.
A parte de los factores genéticos y biológicos, se estima que otros factores también pueden contribuir al desarrollo del Mutismo Selectivo. Un número importante de niños con Mutismo Selectivo también padecen trastornos del lenguaje, y un número bastante extenso proceden de entornos bilingües 2 (2) ; se piensa que estos factores también pueden hacer que el niño sea más vulnerable al Mutismo Selectivo. No obstante, la ansiedad es la causa de origen del mutismo y, en teoría, las dificultades de lenguaje pueden hacer que el niño sea más consciente de sus limitaciones para hablar y por tanto, esto aumentaría su miedo a ser juzgado por los demás