La competencia tradicional, en la que se supone que una empresa compite por sobre-vivir y ganar la supremacía a otras empresas independientes, ya no existe, puesto que toda organización sostiene y depende de otras para prosperar y, tal vez, hasta para sobrevivir. Como sea, la mayor parte de los gerentes saben que las apuestas competitivas son más altas que nunca en un mundo en el que la participación de mercado se puede derrumbar de la noche a la mañana y ninguna industria es inmune a quedar obsoleta casi al instante.