El 6 de septiembre de 1522, en el muelle de Sanlúcar de Barrameda, un puñado de supervivientes lloraban de emoción por hallarse de nuevo en la tierra que dejaron tres años atrás. Juan Sebastián Elcano escribió una carta al emperador Carlos V, a quien jamás hubiera imaginado dirigirse. Sabrá Vuestra Majestad que hemos dado la vuelta al mundo. La del capitán general, Fernando de Magallanes, en la absurda batalla de la isla de Mactán. Su sueño de alcanzar las Molucas por el oeste ha culminado muy al norte de las ansiadas islas, en Filipinas, unas tierras que en Europa nadie conoce. El 1 de mayo, apenas una semana después de la muerte de Magallanes, un apesadumbrado Humabón, rajá de la isla de Cebú, organiza una cena homenaje a la que invita a los principales mandos de la expedición. Expresa sus condolencias, les muestra sus respetos y los obsequia con riquísimos regalos para ese lejano y todopoderoso rey Carlos. Solo João Carvalho, que llega tarde y ve algo sospechoso, da
la voz de alarma y consigue alcanzar las naves. El resto, 26 altos cargos de la expedición, son brutalmente asesinados por los hombres de Humabón, ocultos en la espesura. El sobresaliente Antonio de Pigafetta, autoerigido en cronista de la expedición, y Juan Sebastián Elcano, maestre de la nao Concepción, no se encuentran entre ellos. Junto al resto de los supervivientes, se hacen a la mar y solo se detienen en la isla de Bohol, donde se ven obligados a quemar la Concepción por no tener gente suficiente para gobernarla.