Era un conjunto muy heterogéneo de trabajadores que compartía una característica común: la condición de asalariados, la dependencia de la fuerza de sus manos.
Los obreros especializados que trabajaban en el mundo de los oficios tradicionales tenían un salario modesto, una cierta estabilidad laboral, orgullo profesional y alguna posibilidad de mejora social. Sin embargo, los obreros industriales tenían que soportar unas condiciones de trabajo durísimas. La jornada laboral podía prolongarse hasta 12 y 15 horas diarias sin apenas descanso. Los salarios de los hombres eran uy bajos, apenas suficientes para mantener la subsistencia familiar, pero el doble de lo que recibían los niños y las mujeres después de llevar a cabo el mismo trabajo agotador.
No existía ningún tipo de protección social legalmente reconocida: ante los accidentes, la incapacidad o el desempleo solo existía la mendicidad, la beneficiencia o el amparo familiar.