La hormona que más influye en la acumulación de grasa es la insulina, al potenciar la LPL e inhibir la HSL. Cuando la insulina se eleva aumenta la entrada de ácidos grasos (vía LPL) y glucosa (vía el transportador GLUT). Ya dentro del adipocito, la glucosa se usa para formar glicerol, y este glicerol se une a los ácidos grasos libres para formar nuevos triglicéridos.
En el lado opuesto de la insulina estarían las catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) y el glucagón. Las catecolaminas activan los receptores β-adrenérgicos, aumentando la concentración de AMPc (Adenosín monofosfato cíclico) dentro del adipocito, un mensajero secundario que termina activando la HSL
Aunque las catecolaminas son las principales causantes de la movilización de la grasa, otras hormonas amplifican el efecto, como por ejemplo la hormona de crecimiento. Esta hormona inhibe la LPL y aumenta los receptores β-adrenérgicos, elevando por tanto la acción de las catecolaminas (detalle, detalle). Y algo similar en el caso de la testosterona
Una vez descompuesto el triglicérido, los ácidos grasos se unen a una proteína transportadora como la albúmina, viajando así hasta su destino por el torrente sanguíneo. Llegarán por ejemplo a un músculo en movimiento, entrando en la mitocondria de una de sus fibras musculares para producir energía. El glicerol, por su parte, viajará al hígado para ser reconvertido en glucosa a través del proceso de gluconeogénesis.
Como es evidente, la parte izquierda de este proceso se activa comiendo (anabolismo), mientras que la parte derecha se activa ayunando o entrenando (catabolismo). Las hormonas responden a nuestros comportamientos, pero podemos optimizarlas con algunos suplementos.