"Poco a poco, el liberalismo fue dando la espalda a los sectores contestados: las restricciones al derecho de huelga, las condenas abiertas al sindicalismo, las criticas a lo que tildaban como excesivas aspiraciones de los trabajadores (86). El autoritarismo, la otra faceta del populismo, no dudó en recurrir a la fuerza cada vez que creyó necesario recordarle a los trabajadores que la única revolución que estaba permitida era la que venía de "arriba", que la revolución desde "abajo" no tenía ninguna cabida en el régimen (97). Por un lado, (Gaitán) exaltaba al "pueblo", describiéndolo como "bueno" y "puro" (...) pero , al mismo tiempo, también veía a ese mismo pueblo con profunda desconfianza (...) como si fuese impotente, enfermo, en última instancia, inferior (99). Todo apuntaba, como se ve, a un modelo de sociedad jerarquizado, en el que sólo las élites gozaban de plenos derechos, mientras que el "pueblo", las "masas", la "chusma", la "plebe" perdían su carácter de ciudadanos (107).