Textos introductorios a la arquitectura regionalista tapatía; Estrellita García Fernández
La arquitectura regionalista producida en Guadalajara a finales de la década de los veinte y hasta poco después de 1936, ha sido inventariada y estudiada desde múltiples aspectos.
A partir de sus elementos constitutivos, del contexto urbano y cultural en que se generó, de la apropiación de ciertos preceptos y composiciones plásticas tradicionales y ajenas.
Las propuestas de la llamada posteriormente Escuela Tapatía de Arquitectura –denominación que también recibe la arquitectura regionalista en Guadalajara–,consideramos que éstos tuvieron influencia en la creación de obras que hoy se agrupan y estudian bajo el signo de dicha Escuela.
La concepción y la actividad arquitectónica, son temas de discusión en el ámbito nacional desde mediados del siglo XIX, fundamentales para la nueva propuesta en suelo tapatío.
En 1927 aparecen las primeras construcciones consideradas como arquitectura regionalista tapatía.
Los escritos seleccionados van más allá de dar cuenta de reflexiones concernientes a la realidad profesional y social, buscan también explorar algunos asideros conceptuales y empíricos que orientaron el quehacer constructivo entonces y que, en cierto sentido, dieron continuidad a la discursividad proveniente de la segunda mitad del siglo XIX.
Los escritos elegidos aparecen en 1902 y en 1919.
Los autores de los escritos seleccionados, además de ser notables constructores en el estado de Jalisco –Castaños y Ulloa desde finales del siglo XIX–, se desempeñaron como profesores de la Escuela Libre de Ingenieros.
Siendo estos: Luis Barragán Morfín (1902-1988), Pedro Castellanos Lambley (1901-1961), Rafael Urzúa Arias (1905-1991) e Ignacio Díaz Morales Álvarez Tostado (1905-1992).
Contexto e ideas
Cambios
A mediados del siglo xix la apremiante necesidad de comunicar al país y de mejorar las condiciones de infraestructura urbana y los ámbitos arquitectónicos, demandó a los profesionales de la construcción cuestionar sus tareas, y en el caso particular de aquellos dedicados a la producción arquitectónica a deliberar acerca de otros asuntos, como la belleza y el “carácter que debía tener la arquitectura del futuro cercano a fin de dejar atrás la preeminencia de los estilos”.
Así como a replantear su formación académica y el ejercicio de la profesión.
Las discusiones sobre el quehacer de los constructores en los años cincuenta y sesenta del siglo XIX, la experimentación de nuevas formas arquitectónicas no se reflejó de inmediato.
La realidad del país, marcada por varios conflictos y la acendrada desigualdad de las regiones, fue poco propicia para el debate generalizado y el surgimiento de propuestas arquitectónicas inéditas.
Las modificaciones urbanas emprendidas entre los años sesenta y setenta, resultaron una fórmula, si bien no exclusiva del liberalismo, para la modernización de ciudades; renovación de infraestructura, erección de recintos cívicos, reordenamiento de la traza, movilidad del mercado de suelo en zonas céntricas.
Estos edificios inéditos se erigieron en áreas de reciente crecimiento urbano destinadas para las élites y en las que profesionales de la construcción experimentaban con variedad de formas cada vez menos clásicas hacia 1880.
En 1926 el arquitecto jalisciense, Luis Prieto y Souza, a propósito del concurso arquitectónico para representar a México en la Exposición Internacional de Sevilla (1927-1929), reflexiona críticamente sobre la diversidad de tendencias estilísticas empleadas.
Esta discusión abarcó la formación de los arquitectos e ingenieros de la construcción que venía desde mediados del siglo XIX.
El nuevo “Plan de estudios para las carreras de Arquitecto, Ingeniero, Agrimensor y Maestro de obras, en la Academia de Nobles Artes de San Carlos”, presentado por Javier Cavallari en 1857, plan que pone especial énfasis en adiestrar a los futuros ingenieros arquitectos en la construcción de caminos, vías férreas y puentes, además de capacitarlos en otras materias como composición y estética.
En enero de 1868 se modificó la Ley Orgánica de la Instrucción Pública para el Distrito Federal, separando de nuevo las carreras de ingeniero civil y arquitecto; modificación que tan sólo unos meses después, en marzo de 1869, fue reconsiderada por el gobierno juarista, quedando suprimida la carrera de arquitecto, subsistiendo la de ingeniero civil y restableciéndose la de ingeniero arquitecto
En 1877, la carrera de arquitecto se restableció en la Escuela Nacional de Bellas Artes, las escuelas de ingenieros comenzaban a ser una realidad en varias ciudades del país, y con ellas el número de profesionales de la construcción egresados de sus aulas (De la Torre, 2000: 70 y ss.).
En Jalisco la enseñanza de disciplinas afines con la construcción arquitectónica tuvo su base más significativa en la irregular existencia del Instituto de Ciencias, en particular en lo que correspondió a la “Academia” o las “Bellas Artes.
Impartidas en el Instituto o en la Universidad de Guadalajara.
Guadalajara aumentaba paulatinamente su superficie urbana, la cual pasó de 334 manzanas en 1800 a 812 en 1879.
En la capital tapatía se llevaban a cabo intervenciones urbanas; aperturas de calles como resultado del fraccionamiento o derrumbe de conjuntos religiosos (San Francisco y El Carmen), proceso que se emprendió en los años sesenta y que se prolongó hasta los ochenta.
Además de la refuncionalización de viejos edificios que habían pertenecido a la Iglesia católica, caso del beaterio de Santa Clara, San Felipe y El Carmen.
Escuela de ingenieros
A partir de 1883, con la reforma educativa local, “a la par de otros reacomodos que estaba experimentando el sistema educativo en la capital del país […] se dispuso que la enseñanza superior se organizara en tres escuelas especiales: la de Ingeniería, la de Medicina y Farmacia, y la de Jurisprudencia”.
Modernización en Guadalajara
La Escuela de Ingenieros de Jalisco (1883-1896) incluyó entre sus carreras la de Ingeniero de Puentes y Canales (Civil), sustituida después de la expedición de la Ley Orgánica de la Instrucción Pública de junio de 1889 por la de Ingeniero Arquitecto.
Destacan numerosos profesores, la mayoría de ellos educados en el Instituto de Ciencias, como Ambrosio Ulloa, quien en 1880 se recibió de ingeniero topógrafo e hidromensor, abogado y notario.
La formación de ingenieros en Jalisco, comprendió la participación en las actividades promovidas por la Sociedad de Ingenieros, la que había sido fundada en febrero de 1869.
La preocupación científica de la Sociedad que en 1883 emprendió acciones diversas que incluyeron, entre otras, su apoyo a la Escuela de Ingenieros de Jalisco sin la rectoría del Instituto, desaparecido en tal año.
El Boletín resultó el medio propicio para intercambio con asociaciones y publicaciones nacionales y extranjeras; ya en 1884, se tenía contacto con el Bulletin de la Société Scientifique Industrielle de Marsella, Francia, con el O Constructor de Lisboa, Portugal, y los Anales de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México.
Los Anales de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México– conocían de los cuestionamientos de la época acerca de la necesidad de idear el “estilo del porvenir”, la polémica sobre el objeto del arte, el gusto, etc.
La Sociedad de Ingenieros fue prioridad abonar en sus boletines a la discusión, quizá, más importante del momento: el progreso y los adelantos científicos.
Llegó a Guadalajara con la consolidación del Porfiriato: incremento de servicios, como almacenes y hoteles, y la introducción de nueva infraestructura, como la instalación de los primeros telégrafos entre 1867 y 1868, el tranvía de tracción animal –tirado por mulitas– en 1878, el alumbrado eléctrico en el centro de la ciudad en 1884 y, poco después, en mayo de 1888, el arribo del primer convoy ferroviario.
La marcha del progreso se construía tanto sobre elementos simbólicos como administrativos y jurídicos.
Podemos ver el diseño fallido de Gabriel Castaños y Domingo Torres García en 1885, en el que se planeaba la renovación de la portada de la Catedral de Guadalajara, incluidas las torres, con arreglo a tales formas; o más tarde, en 1900, en la propuesta del ingeniero Antonio Arróniz Topete para reformar la cúpula de la parroquia del Sagrario.
El cierre de la Escuela Oficial de Ingenieros de Jalisco en 1896, debido a circunstancias oficiales y oficiosas poco favorables, dio inicio a un periodo en el que entendidos como Gabriel Castaños y Ambrosio Ulloa, junto con otros profesionales, repensaron la enseñanza de la ingeniería en Jalisco y finalmente decidieron la creación de la Escuela Libre de Ingenieros en enero 1902, bajo el auspicio del ingeniero Ulloa en el arranque.
Orientar la práctica profesional
A partir de 1902 el Boletín de la Escuela de Ingenieros de Guadalajara incluye, a saber: habitabilidad, tipología, costumbres, crítica a los estilos, renovación plástica de la arquitectura, entre otros.
Se reforzaban estas enseñanzas mediante los saberes prácticos de los profesores y las “conferencias populares”.
Destacan nombres como: Gabriel Castaños, Ambrosio Ulloa, Daniel Navarro, Carlos F. Landeros, José Tomás Figueroa, Mariano Schiaffino, José María Arreola, Manuel García de Quevedo, Félix Araiza, Rafael y Manuel de la Mora, entre otros.
Los textos de Castaños y Ulloa son los primeros producidos localmente en los que se establece una clara interdependencia entre las formas arquitectónicas, el contexto y los saberes locales; interdependencia que también se encuentra en algunos trabajos difundidos en el país, caso de la revista antes citada El Arte y la Ciencia.
Gabriel Castaños y Ambrosio Ulloa desde 1902 reflexionaban acerca de los tipos de habitación en Jalisco con fundamento en sus experiencias empíricas.
El primero de los autores publicó en el Boletín de la Escuela en mayo de 1902 la conferencia que había sustentado el 24 de febrero anterior.
Para Castaños la arquitectura debía responder tanto a la utilidad (comodidad y solidez) como a la belleza, “fin común que todas las artes persiguen”, y que en el caso de la arquitectura obedece a la verdad en la forma, es decir, al orden y a la armonía de las líneas y a la variedad de sus combinaciones; aspectos que considera “amalgama inteligente […] que constituye lo que admiramos en las obras que satisfacen al buen gusto en general” de todos los pueblos.
El análisis de estas exigencias locales deben llevar a fijar la habitación modelo y, a partir de ésta, establecer los tipos más apropiados para los diversos sectores sociales.
El trabajo de Castaños se integra a la corriente historiográfica de la arquitectura, sin embargo, la perspectiva desde la que elabora su propuesta es la de la habitabilidad y no a partir del inventario de edificios, autores, rasgos estilísticos; tema que a partir de los años veinte encontraremos con frecuencia, por ejemplo, en muchos de los artículos que aparecieron en la sección de arquitectura del Excélsior.
El análisis, que incluye los dibujos respectivos, se divulgó en el número 9 del Boletín.
Siglo XX
Los textos de Castaños y Ulloa forman parte de los ensayos de carácter historiográfico del proceso productivo de espacios habitables, en los que desde finales del siglo xix se analiza la arquitectura, sobre todo los edificios públicos y las viviendas construidas para las élites urbanas.
Estos autores fueron pioneros en el tema de la vivienda, no sólo de la élite, sino también de la popular en general, mismo que quedó consignado en la Constitución de 1917, en el artículo 123, fracciones XII, XIII y XXX.
La tipología de planta, tendría especial importancia en la crítica arquitectónica en los artículos de Antonio Rivas Mercado con motivo del proyecto del Palacio Legislativo Federal, publicados en la revista El Arte y la Ciencia entre abril y septiembre de 1900.
Bernardo Calderón y Juan Galindo, anunciaban que 1925 sería el año de la “casa popular”.
Agustín Basave
Años más tarde, hacia finales de la segunda década del siglo XX, otro profesor de la Escuela Libre de Ingenieros, Agustín Basave, retoma en el ámbito local estas reflexiones conceptuales y empíricas que trataban de orientar el quehacer constructivo con la obra El hombre y la arquitectura, terminada de escribir en 1918 y publicada en 1919.
Propone presentar a “la arquitectura en su sentido espiritual”, producto del genio humano a través de los tiempos.
Basave define la arquitectura como “el arte humano por excelencia […] donde han dejado las distintas razas sus ideales y su fe, sus adelantos y sus caídas, su culto a lo Bello y su espontánea admiración a las formas y fenómenos de la Naturaleza”.
Para él, la producción arquitectónica resulta de la “correspondencia entre la arquitectura y la raza, el momento y el medio de que es producto”; postura que respecto del contexto también compartía el ingeniero Ulloa.
Ve el futuro de la arquitectura lleno de promesas, y apuesta a que el desarrollo de la ciencia contribuirá con nuevos materiales, procedimientos constructivos, además de con la belleza y el arte.
El autor participó del interés por reflexionar sobre temas clave para la arquitectura del siglo xx como fue la vivienda y la habitabilidad, análisis que localmente, iniciaron Castaños y Ulloa en el Boletín de la Escuela de Ingenieros de Guadalajara a partir de 1902, y que, al menos para los que produjeron en Guadalajara la arquitectura moderna con características regionalistas.
Alumno: Angel Iván Ruiz Sotelo; Clase: Historia Social de la Arquitectura en el Occidente de México; Profesor: Juan Hugo Sánchez García; Licenciatura en Historia del Arte; Centro Universitario de Tonalá; Universidad de Guadalajara