Si observamos datos estadísticos y gráficas, veremos que las variaciones sobre la situación de pobreza y miseria en dichas zonas permanecen como una constante a lo largo del siglo XIX, XX y XXI. Más
allá de la incapacidad que nuestro presente parece tener para solucionar el tema del hambre y la miseria, este es un problema que el imperialismo agravó. Los datos estadísticos (incluso aquellos más esperanzadores) muestran que las zonas que sufrieron mayor despojo (de recursos económicos, tanto naturales como de mano de obra activa) son las que en peor situación de crecimiento y prosperidad se encuentran hoy día, no sólo porque recuperarse de décadas de control y dominio europeo no es tarea fácil, sino también porque las independencias de estas zonas (o el proceso conocido como descolonización) no significó liberar lazos de dependencia económica en su totalidad con las metrópolis europeas y sus representantes empresariales. Las deudas internas y externas están presentes como enfermedad crónica y las relaciones económicas y los términos de intercambio continúan favoreciendo al mercado de las grandes potencias. Esto no sólo agrava las posibilidades de desarrollo y crecimiento de las naciones africanas y su autodeterminación política, sino aspectos de la vida cotidiana, desde el acceso a la alimentación, la vivienda, la educación, servicios de higiene y salud, entre otros.