En 1867, tras largo tiempo de gobierno en Japón, el bakufu (gobierno del shogun) confirió sus poderes al emperador. En ese año, el emperador Meiji, subió al poder en Japón. Luego, dictaminó una ley para sus súbditos por medio de la que dejaba claro que el emperador era un ente “sagrado e inviolable”. Dicho precepto estipulaba que los respectivos ministros de estado estaban bajo obligación de dar su consejo y ayuda al emperador, además, asumían la responsabilidad por las decisiones que acordaban. En resumidas cuentas, significaba que el mando no recaía sobre el emperador, sino sobre su consejo de ministros. Mientras tanto a la gente común se le idealizaba al emperador como un dios con poder absoluto sobre la nación.