En un sentido similar, Hargreaves (1995) clasifica la cultura escolar en cuatro tipos extremos: tradicional, centrada en el bienestar, de invernadero (o ambiente protegido) y anómica. El autor sostiene que las escuelas tienen dos tipos de necesidades. Por un lado la necesidad de ejercer un control social ligado al logro de sus metas, lo que requiere que docentes y estudiantes trabajen de una manera ordenada y, por otro, la necesidad de lograr cierto grado de cohesión social, lo que implica construir y mantener buenas relaciones entre los miembros de la escuela. Hargreaves sugiere que hay un nivel óptimo de atención conjunta de ambas necesidades que evita caer en los extremos representados por los cuatro tipos enumerados anteriormente.