El reino de Dios está ya abriéndose camino, pero su fuerza salvadora solo se experimenta de manera parcial y fragmentaria, no en su totalidad y plenitud final. Por eso Jesús invita a «entrar» ahora mismo en el reino de Dios, pero al mismo tiempo enseña a sus discípulos a vivir gritando: «Venga a nosotros tu reino».
Jesús habla con toda naturalidad del reino de Dios como algo que está presente y al mismo tiempo como algo que está por llegar. No siente contradicción alguna. Son dos peticiones, directas y concisas, que reflejan su anhelo y su fe: «Padre, santificado sea tu nombre», «venga tu reino». Jesús ve que el «nombre de Dios» no es reconocido ni santificado. No se le deja ser Padre de todos. De ahí el grito de Jesús: «Padre, santificado sea tu nombre», hazte respetar, manifiesta cuanto antes tu poder salvador. La expresión es nueva y descubre su deseo más íntimo: Padre, ven a reinar. La injusticia y el sufrimiento siguen presentes en todas partes. Solo tú puedes cambiar las cosas de una vez por todas, manifestándote como Padre de todos y transformando la vida para siempre.
El reino de Dios está ya aquí, pero solo como una «semilla» que se está sembrando en el mundo; un día se podrá recoger la «cosecha» final.