El mundo occidental sufrió profundas transformaciones a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Por un lado, la revolución industrial implicó cambios tecnológicos, económicos y sociales irreversibles, de consecuencias muy significativas para Iberoamérica, que ingresó al comercio atlántico con un nuevo protagonismo. Por otro lado, en el campo político, el régimen de las libertades civiles y religiosas simbolizado por la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” condujo a un período de agitación que muchos temieron.