Antes, durante y después de una erupción volcánica es común detectar un notable aumento en la cantidad y tipo de gases emitidos por un volcán. Tales gases son de origen magmático y consisten principalmente de vapor de agua; sin embargo, siempre existen también cantidades variables de otros gases que pueden resultar peligrosos para los seres vivos, tales como SO2 (dióxido de azufre), HCl (ácido clorhídrico), CO2 (dióxido de carbono), o CO (monóxido de carbono). En las zonas donde soplan continuamente vientos fuertes, estos gases se dispersan y diluyen rápidamente; no obstante, en depresiones y partes bajas con poco viento, estos gases se pueden acumular y alcanzar concentraciones letales.
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