El presente, reducido a picos de actualidad, intensifica, también en el terreno de la acción, la atemporalidad. La promesa, el compromiso o la lealtad, por ejemplo, son prácticas temporales genuinas.
Hacen de vínculo con el futuro al continuar el presente en el futuro y entrecruzarlos. De este modo generan una continuidad temporal que estabiliza.