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Una naturaleza maravillosa - Coggle Diagram
Una naturaleza maravillosa
Niveles de la vida; el hombre como ser racional
Trataremos de mostrar qué es el hombre en tiempos en que casi nadie lo sabe aunque casi
todos desean saberlo; asumiendo que la realidad humana es demasiado rica y compleja
como para abarcarse en una sola mirada.
Con esta salvedad, lo primero será la consideración del hombre como ser vivo. Ello
nos llevará a revisar sus características básicas y el mínimo común denominador que
comparte con los animales y otros seres vivos, lo que a su vez nos permitirá adentrarnos en
aquello que lo diferencia.
1.1. Características del ser vivo
Los seres vivos se diferencian de los inertes en que tienen vida. Vivir es, ante todo,
moverse a uno mismo, automoverse, o –y en el decir de Aristóteles– “lo vivo es aquello
que tiene dentro de sí mismo el principio de su movimiento, aquello que se mueve solo, sin
necesidad de un agente externo que lo impulse”. Esto es, entonces, lo primero que puede
decirse de la vida.
Otra de sus características es la unidad: un ser vivo es un individuo, un uno
indivisible que no puede separarse en partes sin que muera y deje de estar vivo.
Una tercera característica de la vida es la inmanencia, palabra que proviene del
latín in-manere y que significa permanecer en, es decir, quedar dentro, quedar guardado.
Inmanente es lo que se guarda y queda dentro. Los seres vivos realizan operaciones
inmanentes con las que guardan algo dentro de sí; ellos son los receptores de su propia
acción, de lo que siempre les queda algo como producto. Por ejemplo, comer, leer, llorar o
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dormir, aparte de reflejarse hacia fuera, son acciones que de un modo u otro quedan en el
sujeto que las realiza, en su interioridad.
Pero también es característico de los seres vivos la autorrealización. El ser vivo
crece y se desarrolla encaminado hacia un fin, hacia su perfección o plenitud. Hay un
realizarse del ser a lo largo del tiempo.
Por último, la vida tiene un ritmo cíclico y armónico: su movimiento se repite,
vuelve a empezar una y otra vez. Todo ser vivo nace, crece, se reproduce y muere.
1.2. Grados de
Naturaleza humana, ética y perfectibilidad
La pregunta “¿Qué es el hombre?” apunta a aquello que todos tenemos en común, que
suele llamarse esencia o naturaleza. El debate acerca de qué sea la naturaleza humana ha
dado lugar a interpretaciones tan variadas que, antes de estudiar su concepto, es preciso
esclarecer su acepción general y particular.
4.1. La teleología natural (el fin)
Una de las características de los seres vivos es la tendencia a crecer y desarrollarse hasta
alcanzar sus telos, que significa al mismo tiempo fin y perfección.
Por otra parte, el bien es aquello que es conveniente para cada cosa, porque la
completa, la desarrolla, la lleva a su plenitud: “El bien final de cada cosa es su perfección
última”. Así, el bien tiene carácter de fin y ambos significan perfección.
La naturaleza del hombre es precisamente el despliegue de su ser hasta alcanzar ese
bien final que constituye su perfección. Todos los seres alcanzan su verdadero ser cuando
culminan el proceso de su desarrollo, y especialmente el hombre. Así, su naturaleza tiene
carácter final o teleológico, entendido como el despliegue o desarrollo de las propias
tendencias hasta su perfeccionamiento.
Lo más importante en el hombre son los fines, es decir, aquellos objetivos hacia los
cuales tiende y se inclina.
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4.2. Los fines de la naturaleza humana
Lo natural es propio del hombre. Pero, ¿qué es lo natural? Lo que le es propio; y hemos
visto que lo propio del ser humano es ejercer sus facultades o capacidades.
Lo natural en el hombre es, por tanto, el desarrollo de sus capacidades. Este
desarrollo se dirige a un fin, que es conseguir lo que es objeto de esas facultades. Lo
natural y propio del hombre es alcanzar su fin, y el fin del hombre es perfeccionar al
máximo sus capacidades, y en especial las superiores .
Las capacidades superiores del hombre son la inteligencia y la voluntad, y a cada
una de ellas corresponde un objeto preciso: la verdad a la inteligencia y el bien a la
voluntad).
El bien es lo conveniente; el objeto de una inclinación, sea racional o apetitiva.
La verdad se define como la realidad conocida. La inteligencia busca el
conocimiento de la realidad y, cuando lo logra, alcanza la verdad, que es el bien propio de
la inteligencia: abrirse a lo real.
Por lo tanto, lo natural en el hombre es alcanzar la verdad y el bien a los cuales se
inclina su naturaleza. Cuando decimos alcanzar, estamos indicando un largo camino, un
proceso trabajoso: “Lo natural en el hombre no se alcanza al principio, sino al final”.
Lo natural en el hombre, como en todos los demás seres, tiene carácter de fin; es
algo hacia lo cual se dirige. Si lo natural en el hombre es alcanzar el desarrollo de sus
capacidades, esto se consigue al final: al principio es sólo una aspiración, un programa, una
tendencia, un deseo o inclinación.
Por tanto, la pregunta “¿Qué es el hombre?” se transforma más bien en esta otra:
“¿Qué es capaz de llegar a ser el hombre?”.
La naturaleza humana posee auto-trascendencia, que es otro modo de decir
apertura, actividad y posesión de aquellos fines que le son propios: “El hombre es el ser
que sólo es él mismo cuando se trasciende a sí mismo”, es decir, cuando va más allá de lo
que es, hacia lo que todavía no es. Esto, también, es libertad; lo que el hombre es debe
verse a la luz de lo que puede llegar a ser.
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4.3. Naturaleza humana y ética
La naturaleza humana radica en alcanzar libremente la verdad y el bien, es decir, los
objetivos de sus facultades superiores. Esto es lo que el hombre puede y debe hacer. Por
tanto, debe insistirse en que la naturaleza humana radica en alcanzar el fin que le es más
propio.
Vida intelectiva: es el tercer grado en la escala de la vida, propio del hombre. Aquí se
rompe el automatismo estímulo-respuesta que se advertía en la vida animal, pues el ser
humano se mueve hacia un fin que él mismo se da, que él mismo se otorga. Puesto que esta
finalidad de las acciones sólo puede hacerse mediante el ejercicio de la razón, a este grado
de la vida se le denomina intelectivo: implica el uso de la razón y exige la consideración
que el intelecto puede hacer de los fines.
Las características propias de este nivel son:
El hombre elige intelectualmente sus propios fines, y conforme a ellos actúa y vive. Con
todo, es preciso establecer que no todos los fines son elegidos, pues se conservan los
vegetativos propios de la especie. Por su parte, el hombre también se da a sí mismo fines
que otros individuos de su especie no tienen, aunque comparte con ellos un fin último
común, que es la felicidad.
En el hombre, los medios que le conducen a los fines no le vienen dados sino que debe
encontrarlos. Hay, pues, distinción entre medios y fines. Una vez que ha elegido los fines –
salvo el caso de aquellos aspectos de la vida vegetativa, ya dados—, debe discernir los
medios para alcanzarlos.
El ser humano elige y busca fines, y ensaya medios para alcanzarlos. Cada hombre
se propone objetivos propios, distintos a aquellos que son comunes a la especie. Tanto, que
el instinto logra ser desplazado por el aprendizaje. En efecto: en el hombre, el aprendizaje
es mucho más importante que el instinto. Dado que la elección de fines y medios, y su
puesta en práctica, son en buena medida producto del aprendizaje, a diferencia de los
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animales, casi todo lo que hace el hombre resulta de lo aprendido y no del instinto: andar,
comer, hablar, leer... En suma, vivir.
Este aprendizaje es de la mayor relevancia porque al ser humano no le basta con
nacer, crecer, reproducirse y morir para alcanzar su realización (como sí ocurre, por
ejemplo, con una flor o un pájaro; que son y se realizan plenamente de manera instintiva).
Su vida no es automática ni se agota en los fines específicos o propios de su especie: lo
propiamente humano, de cada hombre, es darse a sí mismo fines, y elegir los medios para
llevarlos a cabo.
Esto es lo que llamamos libertad: que el hombre sea dueño de sus fines (que tenga
la capacidad de perfeccionarse a sí mismo mediante el logro de ellos) y de los medios para
alcanzarlos. En el ser humano se rompe el circuito necesario estímulo-respuesta de los
animales, quedando, por decirlo así, “abierto”. Por ejemplo, si estoy en una ciudad donde
el agua del grifo no es potable y tengo mucha sed, puedo tomar la decisión de beber o no
beber, arriesgándome a hacer una enfermedad intestinal. Es decir, no existe una relación
necesaria que no pueda ser menos que ésa: estímulo-sed y respuesta-beber. En otras
palabras, la satisfacción del instinto exige la intervención de la razón.
El hombre, como decíamos, necesita aprender a vivir. Y para hacerlo necesita
razonar. Si no controla sus instintos mediante la razón, no los controla de ninguna manera.
Si no quiere hacerse daño a sí mismo o a otros, el hombre tiene que aprender a moderar,
desde la razón, las fuerzas de sus instintos; so pena, por ejemplo, de actuar agresivamente.
Si el hombre no se comporta según la razón, sus instintos crecen de medida y se tornan
“des-mesurados”; cosa que no ocurre a los animales, cuyo control es inconsciente y
automático. En este sentido, puede decirse que el hombre, si no es racional, es peor que los
animales: la fuerza de lo instintos le crece de tal manera que no hay ley que los modere.
Entre otras cosas, esta es una de las consecuencias de la libertad.
Notas definitorias de la persona
Anteriormente hablábamos de la inmanencia (lo que el sujeto hace queda en él).
Decíamos también que hay diversos grados de vida, cuya jerarquía viene establecida por el
distinto grado de inmanencia de las operaciones que se realicen en cada una de ellas; como
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el comer, por ejemplo, que es menos inmanente que pensar. Con todo, en esta jerarquía no
debe entenderse al hombre como un mero agregado de niveles a la manera de una adición,
sino como una totalidad estructural en la que la presencia de los niveles superiores
modifica los inferiores.
El conocimiento intelectual y el querer, por ser inmateriales, no se manifiestan
orgánicamente: son interiores. Sólo conoce estas facultades quien las tiene, y sólo se
comunican mediante el lenguaje o la conducta: nadie puede leer los pensamientos de otro
porque están dentro de la persona y queda a su decisión comunicarlos.
La libertad
La libertad es una nota de la persona tan radical como las anteriores, e incluso más. La
persona es libre porque es dueña de sus actos. Pero también es dueña del principio de sus
actos, de su intimidad y de la manifestación de ésta. Al ser dueña de sus actos, también lo
es del desarrollo de su vida y su destino: lo voluntario es lo libre.
La persona como fin en sí misma
Las notas de la persona que acabamos de comentar –intimidad, manifestación, dar,
dialogar, ser libre – nos permiten verla como lo que es: una realidad en cierto modo
absoluta, no condicionada por ninguna realidad inferior o del mismo rango, siempre por lo
mismo objeto de respeto. El derecho y la autoridad, en cualquiera de sus formas, nunca
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pueden perder de vista lo anterior. El respeto al otro es la actitud más digna del hombre,
porque al hacerlo se respeta a sí mismo. Cuando no lo hace, se degrada.
Dicho de otro modo: la persona es un fin en sí mismo. Es lo que Kant expresara
al sugerir: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, sea en tu propia persona o en la de
otro, siempre como un fin, nunca sólo como un medio”. El hombre existe como un fin en sí
mismo y no simplemente como un medio para ser usado por ésta o aquélla voluntad.