El rechazo por parte de la madre del deseo del padre, o su imposibilidad de desear ese deseo y el placer que podría ofrecerle en el acto sexual como acto de engendramiento, tiene poco que ver, en nuestra opinión, con el «falicismo» que se le suele imputar a este tipo de mujeres: ella no expropia al padre, sino, directamente, al niño