Todos los seres, tanto humanos como no humanos, somos expresión de la voluntad de vivir, y en último término, somos radicalmente lo mismo.
Sólo en el plano de la representación, somos unidades fraccionadas; más allá de este plano, todo surge de lo mismo y todo vuelve a la misma fuente, que es la voluntad de vivir.
Partiendo de esta intuición, el dolor del otro deja de ser el dolor de otro-extraño, para convertirse en mi dolor, porque el otro y yo somos uno.